Si en las elecciones presidenciales y legislativas del 5 de julio hubiese un voto por encima del 50% del universo de electores, el país se salvaría, gane quien gane, de una crisis postelectoral que parece ineludible.
Contra mi deseo estimo que la crisis viene porque es muy difícil que la mayoría del electorado acuda a las urnas en unas elecciones que se celebran, contra viento y marea, en medio de un pico ascendente de un virus de muy alto poder de contagio y mortífero para quienes tienen enfermedades basales o son adultos mayores con un sistema inmune debilitado.
Lo he escrito y publicado ya: faltó el liderazgo nacional necesario para pactar un gobierno transitorio, colegiado, por acuerdo de los partidos, para que desde el 16 de agosto asumiera la tarea de seguir combatiendo el coronavirus que provoca la enfermedad Covid-19.
Ese mismo gobierno, con el respaldo de todos los partidos, hubiese puesto todas las energías, recursos y conocimientos de la nación al servicio de la lucha contra el coronavirus, y una vez puesto bajo control en el tiempo necesario, volcar todo el esfuerzo para reactivar por partes la economía y luego organizar las elecciones para que la mayoría de los ciudadanos acuda a elegir a sus gobernantes.
No ha sido así por dos razones: El Partido Revolucionario Modelo (PRM) considera que ya ganó las elecciones presidenciales, ha integrado dos gabinetes necesitando uno, y va con todo ímpetu a tratar de validar su presunción con el voto ciudadano.