A las 5:30 de la madrugada del 24 de septiembre 1970 el timbre de la vivienda de los Abel Santos sonó con insistencia. Vivían en una segunda planta y cuando Mirna se asomó al balcón apreció el aparatoso cerco. Le ordenaron que abriera. Antes de obedecer ella fue donde su cónyuge y le dijo que estaban rodeados. “Quiso saltar por una media puerta y cuando asomó para tirarse por el techo un policía le apuntó con una ametralladora”, narra.
Agrega que el fiscal actuante fue Tucídides Martínez, quien comunicó a Mirna que no habría problemas. Subieron y encontraron a Amín con Ernesto en sus brazos. “Tucídides nos dijo que nos sentáramos en la sala y ahí vi el movimiento de los vestidos de civil y del comandante Estrella con uniforme”.
De pronto, “Tucídides Martínez, que se notaba nervioso, anunció que se retiraba a llamar a su superior”. Pero Amín insistía en que no se fuera pues él era la garantía de que a él y a su familia “no les pasaría nada”.
“No nos deje solos, usted sabe que estas personas son unos trogloditas, usted es el responsable de lo que nos suceda”, le dijo Amín a Martínez, sin embargo, éste se marchó. El comandante Estrella, un capitán y tres civiles ordenaron a los Abel Santos que salieran.
“Hermógenes Luis López era el que tenía la orden de asesinar a mi esposo y le gritó: “¡Párate Abel, tú estás preso! ¡Vamos!”. Amín replicó que no se iría sin su esposa y su hijo.
Se abrazaron los tres. “Comenzó un forcejeo entre nosotros y dos policías hasta que nos separaron y arrastraron a Amín por la fuerza. Cerraron la puerta y bajaron, a mí me tiraron violentamente al piso sin reparar en mi embarazo y en el niño que lloraba lleno de terror”, recuerda la sufriente viuda.
Improvisaron una tranca tan segura para la puerta que Mirna no pudo abrir. A los pocos minutos solo escuchó disparos y la puerta se abrió de inmediato, era el capitán Estrella que la compelía: “¡Váyase a bañar!” pero ella bajó pese al iracundo impedimento.
Y vio a Amín boca abajo, muerto. “Eso nos afectó mucho al niño y a mí”. Estrella le había advertido que no lo hiciera: “Usted va a ver un espectáculo muy feo, agárrese de mí”. La dama rechazó la despreciable oferta: “¡No! ¡Tengo suficiente dignidad, yo bajo sola!”. Luego los llevaron al Palacio de la policía que dirigía Elio Osiris Perdomo.
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