El poder de las palabras, cuando decir es también hacer.
Por Hilda Patricia Lagombra Polanco
Hay una idea que flota en el aire como una verdad aceptada: “las palabras se las lleva el
viento”. Pero es una mentira peligrosa. Las palabras no se las lleva el viento; las palabras
construyen, hieren, inspiran, dividen, salvan. Decir no es solo hablar. Decir es hacer. Y en
tiempos donde el ruido se confunde con el discurso, subestimar el poder del lenguaje es, en
el mejor de los casos, una ingenuidad. En el peor, una irresponsabilidad.
Vivimos una era de sobreexposición verbal. Políticos, influencers, líderes religiosos,
periodistas y hasta algoritmos lanzan miles de palabras al día, muchas veces sin medir su
impacto real. Pero una palabra una sola puede incendiar una nación o sanar una herida.
Puede legitimar el odio o sostener una causa. Las dictaduras no empiezan con fusiles:
empiezan con discursos. Y los genocidios no se preparan con armas: se preparan
deshumanizando al otro, poco a poco, palabra a palabra.
El lenguaje es poder. Y como todo poder, su valor depende del uso que se le dé. En
sociedades democráticas, la palabra debería ser un instrumento de construcción, de
encuentro, de verdad. Pero hemos normalizado la mentira estratégica, el insulto como
estilo, el eufemismo como camuflaje. Llamamos “intervención” a una invasión. Decimos
“ajuste” cuando queremos decir recorte. Hablamos de “errores” cuando hay negligencia o
crimen. ¿Y luego nos preguntamos por qué la gente ya no confía?
Pero no todo está perdido. También hay palabras que curan. Cuando un médico dice “estás
sano”. Cuando una madre dice “te amo”. Cuando un maestro dice “sí puedes”. Cuando un
país se atreve a decir “lo siento”. Las palabras también son justicia. Recordemos la frase
más potente de las últimas décadas: “I have a dream”. Fue un sueño dicho en voz alta lo
que movió montañas.
El desafío hoy no es solo hablar más. Es hablar mejor. En la política, en la educación, en los
medios, en las redes sociales, en la vida cotidiana. Necesitamos más líderes que piensen
antes de hablar. Más ciudadanos que escuchen antes de juzgar. Más voces que construyan
puentes en vez de trincheras. No se trata de censura, sino de conciencia.
Cada vez que pronunciamos una palabra, estamos dibujando el mundo que queremos. Lo
que decimos y cómo lo decimos importa. Mucho. Porque al final, las palabras no solo
describen la realidad. La crean.
Registrarse
¡Bienvenido! Ingresa en tu cuenta
Forgot your password? Get help
Crea una cuenta
Crea una cuenta
¡Bienvenido! registrarse para una cuenta
Se te ha enviado una contraseña por correo electrónico.
Recuperación de contraseña
Recupera tu contraseña
Se te ha enviado una contraseña por correo electrónico.