niño supera enfermedad

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Siempre supe que asistir a un concierto de Joaquín Sabina con mi hijo Eduardo sería un reto. Un niño con autismo de alto rendimiento, que evita las multitudes y los sonidos estridentes, enfrentaría su mayor desafío en un lugar abarrotado, con luces intensas y música a todo volumen. Pero esa noche, en el Coca-Cola Music Hall de San Juan, mi hijo dejó su autismo “en la puerta” para vivir un momento que jamás olvidaremos.

“Dejé mi autismo en la puerta para venir a verte”, le dijo a Sabina. Y en ese instante, las lágrimas se me agolparon en los ojos. No solo las mías, sino también las de muchas personas en el público que aplaudieron emocionadas.

Un inicio de emociones

La velada arrancó con la proyección en pantalla gigante del video de Un último vals, una pieza llena de nostalgia donde el artista español repasa los momentos más significativos de su vida, acompañado por amigos y colegas que han formado parte de su trayectoria.

Segundos después, el escenario cobró vida con la entrada de su banda. Los músicos ocuparon sus posiciones y, con los primeros acordes de Lágrimas de mármol, Sabina apareció, provocando la ovación del público.

Acompañado por una orquesta impecable, con el piano marcando el ritmo y las guitarras dándole esa esencia inconfundible a cada canción, el maestro se adueñó del escenario. Con Lo niego todo, se retractó de su vida y de sus excesos, para luego llevarnos a Mentiras piadosas, una de esas canciones que Eduardo ha analizado tantas veces en casa, tratando de descifrar si las mentiras podían ser realmente “piadosas”.