Con el fin de la guerra fría, en 1991, que implicó la caída del Muro de Berlín, el desplome de la Unión Soviética y el colapso de las democracias populares de Europa oriental, los Estados Unidos emergieron como la única potencia en el mundo.
Entonces se hablaba del fin de la historia, del triunfo del capitalismo y de la democracia y del momento unipolar norteamericano en la escena internacional.
¿Qué habría ocurrido desde entonces en los Estados Unidos o en el resto del mundo para que en su discurso de toma de posesión el presidente Joe Biden expresase que la democracia norteamericana, aunque frágil, había prevalecido?
No cabe dudas de que con sus palabras, el recién electo presidente estadounidense estaba reconociendo la existencia de una crisis que afectaba lo que nunca se pensó podría ocurrir: la legitimidad del sistema político democrático norteamericano.
Eso, por supuesto, ocurrió con motivo del asalto al edificio del Congreso el pasado 6 de enero, por una turba de forajidos que incitados por el presidente Donald Trump, procuraba, por medio de la violencia, alterar los resultados de las elecciones presidenciales, los cuales estimaban falsos. Esa acción, considerada inimaginable, no era más, sin embargo, que el último episodio de una cadena de acontecimientos, iniciados en la posguerra fría, que han ido poniendo en evidencia la decadencia económica, social y política de los Estados Unidos.