La vacuna pasiva contra el SARS-CoV-2 que se está desarrollando en Berlín no será el remedio universal para controlar la pandemia, pero sí tiene el fin claro de minimizar síntomas en personas contagiadas y contribuir, además, a explicar la existencia de cuadros clínicos tan diversos para un mismo virus.
Se trata de administrar anticuerpos terminados cuya capacidad de neutralizar el virus ya ha sido probada, explica en entrevista a Efe Harald Prüß, líder del grupo de investigación del Centro Alemán de Enfermedades Neurodegenerativas (DZNE) y médico jefe de la Clínica de Neurología con Neurología Experimental del hospital berlinés de la Charité.
Es la gran diferencia respecto a la vacuna activa, en la que el propio organismo crea anticuerpos, un proceso más largo, pero que ofrece una protección permanente.