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Mañosa, novela de Juan Bosch, se encuadra dentro del criollismo dominicano; mientras que en El oro y la paz la finalidad del discurso se centra en los problemas sociales de la época, es decir, a partir de 1920 y 1930 del siglo pasado.

Hay que admitir que no son novelas de largo aliento, ante la falta de un proceso escritural de contenido estético y amplia temática dentro de una disciplina metodológica, pero aportan los puntos fundamentales de las circunstancias intrínsecas que iban conformando un Estado más amplio en lo territorial, con nuevas ideas en la educación, en lo social y cultural.

De esto último surge el primer nicho de escritores, donde sobresalen no solo Bosch sino también el filólogo más importante de toda la era republicana, Pedro Henríquez Ureña; su madre, Salomé Ureña, Eugenio Deschamps Peña, Joaquín Balaguer, Federico García Godoy, Max Henríquez Ureña, Ercilia Pepín, Ramón Marrero Aristy,

Sin embargo, hay que reconocer que en la cuentística Bosch alcanza el tono más alto de la literatura dominicana. Incluso, llega a colocarse como uno de los grandes maestros de la literatura hispánica y del Caribe, porque sus cuentos incluyen el realismo mágico y lo fantástico.

Por ello, el carácter más trascendente de sus cuentos se inscribe en la atmósfera de La mujer, Luis Pie, La nochebuena de Encarnación Mendoza y La mancha indeleble, entre otros.

Volvamos, pues, al tema de sus novelas que es lo que interesa en este trabajo. No hay duda de que en La Mañosa, Bosch aborda el paisaje rural con mucha intimidad: los caminos se caracterizan por la orientación que ofrecen a aquellos que los transitan o atraviesan, y son motivos de historias orales o de la memoria que va evolucionando según las consecuencias de los hechos o leyendas:

Eran mansas como vacas viejas aquellas noches estrelladas del Pino. A veces iba Simeón; tarde, después de ver la novia, se detenía en la puerta Mero; una que otra noche no iban ni el uno ni el otro; pero jamás faltaba Dimas. Si llovía entraba el agua en la cocina y se tertuliaba en la casa; bebían café, hablaban de la cosecha, de los malos tiempos, de la muerte de algún compadre. De mes en mes reventaba la luna por encima de la Encrucijada. Una luz verde y pálida nadaba entonces sobre los potreros, subía las lomas distantes de Cortadera y Pedregal, engrasaba las hojas de los árboles que orillaban el Yaquecillo y pintaba de azul las tablas de la vieja casa.

Aquella noche estaba dorado el cielo. Unas nubes berrendas salían por detrás de las lomas y se tragaban las estrellas. Dimas contaba:

—Asina que vide ese animal tan tremendo, tan negro, desenvainé el machete y le tiré dos veces; pero la maldita tenía el cuero duro y nada más le partí el espinazo sin cortarla.

Verdá es que el machete no taba bien afilado, por mucho que el muchacho estuvo dándole en una piedrecita vieja que hay en casa. Bueno, se fue el bicho, yo creía que a morirse lejos, y como yo no lo diba a seguir entre tanto matojo, le dije al muchacho: “Sigue, hijo, que horitica se mete la noche”. “Taita –me respondió–, pa mí que esa culebra no ta bien muerta”. “Ni te apures… Esa condenada ha dío a morirse por ahí…” ¿Morirse?… Bueno.

En el texto El oro y la paz, la memoria y la ambición juegan un papel de primacía por cuanto sus personajes no logran conciliar la paz ya que, desde el principio de la humanidad, el oro ha provocado el empeño y el continuo afán del hombre por alcanzarlo.

Sus imágenes referentes convidan a una mirada introspectiva, y lo fantástico rebosa la imaginación. Esta dicotomía Bosch la va puliendo hasta convertirla en leyenda, en reflejo melancólico en los sujetos que no logran hacerse ricos al no adquirir el oro que les cambiará la vida.

El dilema se hace causal, periférico en su contraposición, porque la ambición es atávica y artera, y por tal razón el hombre arriesgará su vida: porque sin riqueza no hay felicidad. En El oro y la paz se percibe esa sensación de infortunio, elemento perturbador y belicoso en todo proyecto donde el hombre se propone hallar lo que busca y no da con ello. En cualquier caso, la línea que traza Bosch en esta novela representa lo inverosímil de lo desconocido, lo cual dependerá siempre del coraje y de la suerte.

Por eso mismo, tanto La Mañosa como El oro y la paz son la afirmación de la experiencia que el autor asimiló en su niñez cuando todavía el país no había iniciado el desarrollo económico y solo estaba el artificio de las luchas políticas y la búsqueda del oro de acuerdo a la leyenda que se sabía por medio de los conquistadores que sometieron a los aborígenes al duro trabajo de las minas donde se consideraba que podrían encontrar este metal precioso.

Por otro lado, en La Mañosa, lo más digno para Bosch es el paisaje rural y las conversaciones de campesinos en los cruces de caminos y en actividades sociales donde el lenguaje no es lo más importante sino los peculiares gestos. De manera que lo nativo tiene un componente atípico; es el espacio por donde respira la patria y aquellos que la van modelando a su estilo, costumbre y tiempo porque, en suma, lo narrado por Bosch en ese contexto implica tipologías populares.

No temía a nada que pudiera causarle daño físico, ni aun la muerte. Confiaba en su decisión y su voluntad, pero no en los demás (…). Era de alma dura, de acero; autoritario, implacable y decidido. Hombre de carácter, aunque altamente egoísta y ambicioso. Sentía que se bastaba a sí mismo, solo y fuerte en medio de la soledad.

Sentía gratitud por la fuerza desconocida que daba la vida. La vida le rodeaba, una vida intensa y a la vez plácida que él amaba.

Creía en la belleza y la paz del alma. No era hombre de mirar hacia atrás. Su temperamento y su educación se habían combinado para producir en él al escocés que sabe poner cara sonriente al infortunio.

Por otra parte, estos párrafos de El oro y la paz forman parte del inicio de la escritura fantástica en el país y sirven de marco para la reflexión sobre una naturaleza airada en que el sujeto se desdobla en cuanto a las convicciones entre conciencia, literatura y sociedad, donde Bosch pone de manifiesto los tiempos difíciles que le ha tocado vivir al escritor en todas las épocas. En líneas generales, los personajes de Bosch, en El oro y la paz, se inscriben en un género narrativo que se propone testimoniar la búsqueda de una mejor suerte.

Como hemos indicado anteriormente, El oro y la paz es un intento de Bosch de iniciar un proceso novelesco capaz de crear corrientes novedosas y por ello va buscando caminos especulativos en cuanto a los afanes del hombre cuya raíz existencial es el placer, pero que para lograrlo ha de pasar por los peores peligros sin importar perder la vida, porque solo la riqueza lo colma, lo tranquiliza, lo fortalece y detiene su furia.

El texto se presenta desafiante en el discurso oral, por una parte; pero en otros planos se presenta sin un plan de afinidad estética, porque las circunstancias en que se movilizan los personajes de El oro y la paz se ven sometidas a una atmósfera asfixiante debido a períodos políticos que no entroncan con la libertad de los signos lingüísticos. Cabe destacar, sin embargo, que la obra se acerca a la de 1940, período en que la novela hispanoamericana comienza a descollar y van surgiendo autores muy interesantes como Horacio Quiroga, Benito Lynch, Ricardo Güiraldi, Mariano Azuela, José Faustino Rivera, Jorge María Arguedas y José Eustasio Rivera.

Más adelante, se forma una generación con Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Lezama Lima, Leopoldo Marechal, Rómulo Gallegos, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Miguel Otero Silva. Seguido de los autores del boom de la novela hispanoamericana: Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes.